Rubén Dario

Biografía

 

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Félix Rubén García Sarmiento nace en una pequeña ciudad nicaragüense llamada Metapa en el año de 1867 al mes de su alumbramiento pasó a residir a León. El pequeño Rubén volvió residió con los tíos de su madre, Bernarda Sarmiento y su marido, el coronel Félix Ramírez, los cuales habían perdido recientemente una niña y lo acogieron como sus verdaderos padres.

Durante su primeros años estudió con los jesuitas, a los que dedicó algún poema cargado de invectivas, aludiendo a sus «sotanas carcomidas» y motejándolos de «endriagos»; pero en esa etapa de juventud no sólo cultivó la ironía: tan temprana como su poesía influida por Gustavo Adolfo Bécquer y por Víctor Hugo fue su vocación de eterno enamorado que antes de cumplir quince años, cuando los designios de su corazón se orientaron irresistiblemente hacia la esbelta muchacha de ojos verdes llamada Rosario Emelina Murillo.

En agosto de 1882 se encontraba en El Salvador, y allí fue recibido por el presidente Rfael Zaldívar, sobre el cual anota halagado en su Autobiografía: «El presidente fue gentilísimo y me habló de mis versos y me ofreció su protección; más cuando me preguntó qué es lo que yo deseaba, contesté con estas exactas e inolvidables palabras: «Quiero tener una buena posición social».

Rubén expresa sin tapujos sus ambiciones burguesas, que vería dolorosamente frustradas y por cuya causa habría de sufrir todavía más insidiosamente en su ulterior etapa chilena. En Chile conoció también al presidente José Manuel Balmaceda y trabó amistad con su hijo, Pedro Balmaceda Toro, así como con el aristocrático círculo de sus allegados; sin embargo, para poder vestir decentemente, se alimentaba en secreto de «arenques y cerveza», y a sus opulentos contertulios no se les ocultaba su mísera condición.

La etapa chilena es Abrojos (1887), libro de poemas que dan cuenta de su triste estado de poeta pobre e incomprendido; ni siquiera un fugaz amor vivido con una tal Domitila consigue enjugar su dolor. Como su familia era llamada «los Darío» (por el apellido de un abuelo), el joven poeta, en busca de eufonía, había empezado a firmar como «Rubén Darío», pseudónimo que adoptó definitivamente como nombre literario de batalla.

En 1888 cuando la auténtica valía de Rubén Darío se dio a conocer con la publicación de Azul, libro encomiado desde España por el a la sazón prestigioso novelista Juan Valera, cuya importancia como puente entre las culturas española e hispanoamericana ha sido brillantemente estudiada por María Beneyto.

El 21 de junio de 1890 Rubén Darío contrajo matrimonio con una mujer con la que compartía aficiones literarias, Rafaela Contreras, pero sólo al año siguiente, el 12 de enero, pudo completarse la ceremonia religiosa, interrumpida por una asonada militar; fruto de esta unión fue su hijo Rubén, nacido en Costa Rica el 11 de noviembre de 1891.

Rubén conoció en Madrid a una mujer de baja condición, Francisca Sánchez, la criada analfabeta de la casa del poeta Francisco Villaespesa, en la que encontró refugio y dulzura. Con ella viajará a París al comenzar el siglo, tras haber ejercido de cónsul de Colombia en Buenos Aires y haber residido allí desde 1893 a 1898, así como tras haber adoptado Madrid como su segunda residencia desde que llegara, ese último año, a la capital española enviado por el periódico La Nación. entonces para él una etapa de viajes entusiastas (Italia, Inglaterra, Bélgica, Barcelona…) y es acaso entonces cuando escribe sus libros más valiosos: Cantos de vida y esperanza (1905), El canto errante (1907), El poema de otoño (1910), El oro de Mallorca (1913). Residió una temporada en Mallorca para restaurar su deteriorada salud, que ni los solícitos cuidados de su buena Francisca lograban sacar a flote.

Sawa, un anciano literato bohemio, por entonces enfermo y ciego, que había consagrado su orgullosa vida a la literatura, le reclamó a Rubén la escasa suma de cuatrocientas pesetas para ver por fin publicada la que hoy es considerada su obra más valiosa, Iluminaciones en la sombra, pero éste, al parecer, no estaba en disposición de facilitarle este dinero y se hizo el desentendido, de modo que Sawa, en su correspondencia, acabó por pasar de los ruegos a la justa indignación, reclamándole el pago de servicios prestados. Según declaraba en sus cartas, Alejandro Sawa había sido el autor o negro, en argot editorial, de algunos artículos remitidos en 1905 a La Nación y firmados por Rubén Darío.

al final de su vida, el autor de Azul no estaba en disposición de favorecer a sus amigos más que con su pluma, cuyos frutos en muchos casos no le alcanzaban ni para pagar sus deudas, pero ganó, eso sí, el reconocimiento de la mayoría de los escritores contemporáneos en lengua española y la obligada gratitud de todos cuantos, después de él, han intentado escribir un alejandrino en este idioma. En 1916, al poco de regresar a su Nicaragua natal, Rubén Darío falleció.

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